viernes, 6 de agosto de 2010

Capitulo II

Lluvia de nuevo... - pensó la mujer.

Gruesas gotas de lluvia repiqueteaban en el ventanal de aquella enorme y sombría mansión. El ardor del fuego producía una sensación de calidez momentánea. La joven veía el negro cielo; lleno de nubes oscuras mientras mientras jugueteaba con un mechón de su cabello, sin pensar. Vestía un elegante vestido azul noche con el que parecía incómoda y su elaborado peinado estaba ya hecho trizas. De pronto, un portazo la hizo sobresaltar y una grave voz le calmó: - Ya estoy aquí Danielle. Ralph de Vipont dejó su portafolio en la mesa, besó a su esposa y se recostó en uno de los mullidos sillones rojo imperial que adornaban el cuarto de estar. Al abrir los ojos y adaptarlos a la penumbra de la sala se encontró con la mirada intensa de su mujer, esos ojos amarillos que le volvían loco de amor. Se habían conocido y casado hacía tiempo ya pero para él tan solo había sido ayer. Un helado día de esos típicos del invierno parisienne, el joven Ralph acompañaba a su jefe a una cita de negocios al Gabinete Nacional cuando una melena rubia le hizo detenerse. Se encontraba frente a una muchacha que no tendría mas de dieciocho años y cuya mirada extrañada y aparentemente indiferente le hacía acercársele más y más.
- Disculpe usted mi atrevimiento maidemoiselle pero pocas veces puede verse una flor tan hermosa!
- Acaso he de ser yo una flor monsieur? Ni pétalos ni cálices poseo yo.
- Pero sí ojos y boca, haciéndola aún mas hermosa! Tiene usted un encanto único y exótico, imaginese una flor con ojos!
- Ni flor ni exótica, pues si lo fuese no me estaría alejando... -comentó volviéndose presta a seguir su camino.
- No mi maidemoiselle! No se vaya! Al menos dígame su nombre para conseguir consuelo ésta vez que su flamígera belleza no será mi compañera.
- Esos versos, aprendidos ó propios?
- Ni uno ni lo otro doncella mía, inspirados por la mariposa de turbante belleza que me honra con su presencia.
- Y como mariposa marcho volando, acaso no es eso lo que hacen?
- Espera mariposa de mi alma, dime tu nombre para grabarlo en el fondo de mi alma y que me defienda de mi monstruosa soledad!
- Si tanta es la urgencia monsieur no veo la razón de negarme. Un gusto joven, Danielle Pierre admira su osada galantería - ofreciéndole su mano.
- El gusto es todo mío maidemoiselle (besándole la mano) y espero que no olvide mi rostro; pues no será la última vez que nos veamos.
- ¡Qué fanfarronería! ¿Qué le hace pensar que le recibiré si no conozco su nombre? Ha conocido el mío ya.
- Ralph de Vipont a sus enteras órdenes señorita. Y ahora mariposa hermosa vuela pero no muy lejos, sólo hasta que nuestras alas rocen en señal de amor eterno...

Estaban hechos el uno para el otro. Desde que se conocieron Danielle se sometió al sopor de escribir decenas de cartas rebosantes de amor en respuesta a las misivas apasionadas de Ralph quien no dudó en concertar una cita con el Diputado Pierre para pedir la mano de Danielle y a los seis meses de relación se comenzaron los preparativos para una lujosa boda, en la que todo se mandó a hacer con las iniciales de los novios entrelazadas. Y se casaron en una ceremonia dirigida por un cura somnoliento y una nostálgica pianista en la hermosa iglesia de Notre Dame.

Vivían en la casa de Ralph. A pesar de que él la utilizaba como habitación de soltero, bajo la influencia de Danielle se volvió un lugar lindo y acogedor. Contrataron a dos mucamas y despidieron a la cocinera ya que Dan prefería pasar largas horas en la cocina preparando deliciosos platos franceses. Eventualmente asistían a fiestas y reuniones de la alta sociedad parisienne y casi siempre, por las tardes, mientras su marido lidiaba con números y vasos de escocés en el trabajo; ella iba a bordar y cotillear con sus amigas mientras tomaban el té.

Ralph se levantó del sillón y tomó casualmente la mano de su esposa, al tiempo que se arrodillaba frente a ella entregándole un brazalete de plata y diamantes - después de todo, no olvidó nuestro aniversario, pensó ella - y le comentaba que pronto su hermana Paula llegaría de Irlanda, acompañada de su hija Mackenzie, el buque no debía tardar mucho más.
- Ya sabes que se quedarán aquí un tiempo hasta que logren conseguir un lugar para ellas no? Hay suficientes habitaciones y no podemos negarle esa hospitalidad a Paula - dijo mientras pasaba su mano por la pantorrilla descubierta de su mujer.
- Claro Ralph, no tengo ningún problema, estoy segura que nos llevaremos bien todas. - contestó mientras respondía a la caricia de su marido.

Se miraron a los ojos, se tomaron de las manos y subieron las escaleras, dejando la mesa servida y fueron a morirse de hambre y de amor en la alcoba; el frío clima no se prestaba para charlar mucho en la sala de estar, incluso con la chimenea encendida. Era la primavera más fría que se había vivido en París.